martes, 11 de febrero de 2014

Ser mayormente pequeños.

Ser la niña que un día fui. Una pequeña niña de ojos grises que soñaba con ser modelo, bailarina, nadadora, cantante, actriz... Soñar con serlo. Creer que lo haría. ¡Qué ingenuos éramos de pequeños! Sin embargo, queríamos ser mayores...

Pero ahora, habiendo pasado la infancia y estando a en la adolescencia, desearía volver a mi pequeño país, aquél en el que nací. Aquel pequeño lugar que tantos recuerdos me trae. 

Reuniones familiares, comidas y cenas familiares al aire libre, en familia. Paseos por la playa, correr y huir tras las olas. Jugar con ellas. Sentirse como pez en el agua o mejor aun, como una sirena. 

Patinar y patinar hasta que no sienta las piernas, hasta que se vuelven gelatina. Correr, saltar, jugar... Ser esa niña de alta imaginación y ojos soñadores. 

Sentarse en familia. Un juego de cartas, unas dulces galletas y un buen mate amargo. En familia, todos juntos. Riendo, soñando. 

Sin problemas ni preocupaciones. Tan solo viviendo el día a día. Ser pequeña significa disfrutar de los pequeños placeres del día a día. No había pasado, tampoco futuro. 

Ahora lo hay. Somos mayores. Vivimos con preocupaciones y restricciones. Tenemos responsabilidades y un futuro por el que luchar. Y como no, un pasado que olvidar o recordar. 

Esto era lo que deseábamos ¿no? Sí, lo era. Crecimos, nos creamos unas expectativas e ilusiones. Deseábamos ser mayores, ser adultos, dejar de ser pequeños. 

Tener nuestra vida, tomar nuestras decisiones, decidir sobre nuestro futuro; lo bueno y lo malo. ¡Ser mayores! Sin embargo, queremos ser pequeños...


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