viernes, 13 de diciembre de 2019

Lazos.

Y a ti que siempre te sobra
No te gusta compartir
Y a mí que siempre me falta
Te lo he dado todo a ti
(Sueño, Beret y Pablo Alborán)

He aguantado demasiado. He soportado que me pisoteen, que se rían de mí. No, no me han humillado, porqué sé que yo solita me metía en un campo de minas. Pero me he dejado arrastrar y ahora pago las consecuencias. Me pasa por dejarme llevar por la bondad, por esa corriente que me lleva sin poner un límite ni aferrarme a ninguna piedra. 

Ahora estoy en el medio de dos corrientes que fluyen y una tormenta acechando. Y yo me pregunto ¿de verdad? Heridas en la lengua de tanto mordérmela, callando e ignorando el gran elefante de la sala. Haciendo caso omiso a los comentarios, sabiendo que yo saldría perjudicada, que acabaría siendo pisoteada. ¿Para qué? 

Para sentirme igual de inútil e impotente. Inconformistas del mundo que dicen ser maduros, pero del que solo vemos ese lado inmaduro que sacan a relucir a la primera de cambio. ¿Charlamos? ¿Nos sentamos como personas civilizadas? ¿Dejamos de tantear el terreno? 

No sé. Estoy agotada y exhausta. Siempre pagando con la misma moneda, buscando el detalle más imperfecto de aquellos que te rodean, buscando la queja más superficial para atacar. Y al final, siempre al final, hay recelo. Aún no has dado con la horma de tu zapato, ni con el espejo que te refleje tal y como eres. Ya llegará. 

¡Oh incomprendidos de la vida! Soñadores del camino. Mostráis grandes aptitudes, habilidades y decís saber mucho y tener grandes conocimientos. Sin embargo, habéis perdido la humildad. No mostráis respeto, ni siquiera existe esa palabra en vuestro vocabulario y si la buscaseis en un diccionario, seriáis vosotros quienes no lo comprenderíais. 

Recuerdo que no es la primera vez que escribo sobre esto, sobre palabras que uno debería callar. Quizás este es un buen momento para que sepas lo que es morderse la lengua. Aun así, sigues haciendo caso omiso. Y volvemos a la misma conversación de siempre, a las pataletas de cada día. 

Las excusas ya no valen: "es que es mi personalidad", "mi carácter y mi forma de ser". Una cosa no quita la otra; cada uno es diferente y, la verdad, no nos dedicamos a pisotear a los demás. Puedes ser quien eres, mostrarte con tus puntos fuertes y escondiendo los débiles, pero sin olvidar que a tu alrededor hay más personas. 

No eres el centro del universo, ni el mundo de los millones de habitantes. ¿Eres importante? Sí, para muchas personas eres importante y para otras no, quizás ni saben que existes. No han llegado a conocerte o no quieren conocerte. Y es que conocer asusta. Descubrir a una persona da miedo. Nunca se sabe lo que uno va a encontrarse, ni a quien se va a encontrar. Llega ese momento en el que vemos algo y decimos: "no me lo esperaba". 

¿Por qué te mientes a ti misma? Sabías desde un principio de que iba la historia, que acabarías con las manos en el barro, la cara sonrojada y el dolor en el pecho. No se trata de decepción. Esa fase está más que vivida y escarmentada. No somos adolescentes ni tampoco ilusos protagonistas de telenovelas.  

Hoy en día recurres a pocos, o quizás a nadie. Sabes quien no te juzgará. ¡Juzgar! ¡Maldita sea! ¿Quién inventó esa palabra? Nos refugiamos en esa palabra, hacemos uso de ella sin ton ni son. Y sí, lo admito: yo también. No estoy libre de culpa, y si el karma existe así me lo devuelve. No aprendemos y caemos en ello otra vez. 

No sabemos a quien tenderle puentes y a quien es mejor no. No dejaremos que caiga al vacío, pero es que no quieres oír quejas, ni excusas. Te conoces, y al final te conviertes en el paño de lágrimas, sin tú tener uno. ¿De verdad quieres estrechar lazos?

Seguimos viviendo de sueños.

Ojalá poder hablar sin tapujos, ser un maldito libre abierto, no dejar que te coma por dentro, que en ti haya un malestar generalizado por a...