martes, 16 de enero de 2018

Libertad.

Siempre dispuesta a nuevos retos, a buscar inspiración, ideas y razonamientos varios, hace unos cuantos meses ya, me propusieron buscar mi propia interpretación a un buen relato. Se me avisó de antemano que no había respuesta errónea y creo que la curiosidad por saber lo que otros piensan es lo que lo mueve a hacer preguntas y a mí a dejar mi granito de arena y entendimiento. 

"Zapatos nuevos" se titula este relato, y para poder entender y deleitarse con él, creo que es imprescindible leerlo. Quizás uno llegue a conclusiones iguales que las mías, otros tengan razonamientos dispares. Sin embargo, no por eso hay que dejar de leerlo: https://blogderamonotas.wordpress.com/2018/01/11/zapatos-nuevos/. Dicho esto, dejemos que las palabras vuelen, y que mi propia situación y pensamientos digan lo que creen haber entendido. 

Libertad. Buscamos libertad para hacer lo que queramos, para movernos por nuestro propio camino, es decir, las decisiones que tomamos, la vida que poco a poco vamos construyendo. Un camino que, muy a nuestro pesar, no es fácil. Piedras, cristales, muros contra los que chocamos, callejones y miles de posibles salidas. Errores que cometeremos, y más de un camino que tomaremos sin saber a donde nos lleva. 

No es fácil, al menos no lo es cuando por fin somos capaces de entender la realidad en la que vivimos. No obstante, nacimos ingenuos y quizás sobreprotegidos. Ahí entran los zapatos nuevos. Nos suponen un problema, sí, nos lastiman los pies al caminar, pero no hieren tanto como al ir descalzos.

Nos allanaron el camino, es como si nos hubieran metido en una pequeña bola de cristal, en una de esas burbujas que no nos permiten verdaderamente tocar el exterior, pero tampoco que nos hagan daño. Aun así, somos personas curiosas por naturaleza, y queremos ver lo que hay más allá o bien creemos que esa burbuja no es suficiente, que no encajamos, que la curiosidad nos ayudará a crecer, a formarnos como personas. 

Y sí, hacemos caso a quienes están a nuestro alrededor, a quienes nos apoyan incondicionalmente y no nos juzgarán. Así que nos descalzamos, caminamos buscando respuestas y valorando lo que nos rodean. Esos zapatos se nos quedaron pequeños y aún no hay unos que nos llamen la atención. Vamos por el camino lleno de piedras, las cuales nos harán daño. 

Tendremos una mochila que llevaremos a las espaldas, que cargaremos de reproches, de decepciones, de risas, amores, vivencias y experiencias. Nuestras propias etiquetas y una mochila de nuestra propiedad de la cual sólo nosotros nos debemos hacer cargo. Pero claro, aunque parezca que no, normalmente buscamos el camino fácil, que nos lo entreguen todo en bandeja de plata, ya masticado. 

Así que si ya teníamos los pies lastimados, el ir descalzos no ayudan. Así que más que pedir ayuda, exigimos que nos aúpen. ¿No estamos ya mayorcitos? Además, igual que nosotros vemos problemas en nuestros pies descalzos y los cargamos en nuestra mochila, a quien exigimos también tiene sus problemas y tiene esa propia mochila de la que hacerse cargo. 

Así que sí, debemos solucionar nuestros propios problemas, tomar las decisiones acarreando con todas las consecuencias posibles y seguir caminando y descubriendo para poder crecer y madurar como personas. Suspirar de resignación como niños pequeños que no consiguen su propósito no sirve de nada, igual que tampoco servirá el quedarse estancado en el mismo sitio, con miedo a querer avanzar, porqué nos asusta el no saber que nos encontraremos a lo largo del trayecto. 

Y somos niños que miramos al cielo, quizás esperando una respuesta o una señal divina. Un cielo rojizo, donde se mezclan pensamientos, ideas, errores, y quizás el mural de nuestra vida: por eso no hay claridad en él, sino una mezcla de colores vivos. También entendemos que tenemos un camino a seguir y no siempre tendremos a quien nos proteja. Supongo que no soy capaz de imaginar un trayecto recto, llano, sin charcos, ni lagos en los que nos hundiremos. Nada fácil ¿verdad?

Espero que hayáis disfrutado de su "Ramonotas" y que saquéis vuestras propias conclusiones. Supongo que los sentimientos del momento hacen que nuestro juicio se nuble y que de ahí nazcan nuestras propias interpretaciones, y por eso yo he llegado hasta aquí. Tras leerlo un par de veces y siguiendo mi análisis, creo ser ese niño curioso que se descalza para descubrir entendiendo que si bien alguien puede tenderme la mano, he de ser yo quien dé pasos por mi propia vida. 

Yo tomo esta posición y el narrador no sé si se posiciona con alguno de los dos protagonistas o bien tan sólo se acaba convirtiendo en el cielo que dice no juzgar y ser un mero espectador de las situaciones que se producen en el día a día. Ahora bien, la madre tiene un bagaje que el hijo aún no ha conseguido, así que no se puede estar al mismo nivel. No se tiene la misma experiencia. 

Aprenderemos y dejaremos que nos enseñen. Caminaremos y quizás también bailaremos. Dejaremos que nos juzguen y guardaremos esas etiquetas. Tropezaremos y no tendremos a quien nos espere en el mismo escalón de siempre. Eso sí, buscamos nuestra propia libertad y el poder vivir. Pues sí; libertad. 


Dicho esto, recordar que si bien es una interpretación, hay que leer la base de mi inspiración y quizás dejar los zapatos nuevos en el armario. Por último, no hay un motivo para ello, pero al leer el relato y yo ponerme a escribir había una canción que no dejaba de rondar por mi mente, y soy mucho de inspirarme según canciones que voy escuchando. "La Libertadde Pablo López. 



Tren, venda, teléfono.

No quiero azul
No quiero en línea ni ocupado
No quiero movil a las 6 de la mañana
Quiero que escuches...
(El teléfono, Pablo López)
No paro de darle vueltas, no dejo de pensar en lo que ocurrió, en lo que jamás sucedió y en lo que pudo haber pasado pero que se quedó en la nada. Tenía una venda en los ojos, un simple lazo blanco que poco a poco se iba cayendo, me iba deshaciendo de ella. 

Ahora eran visitas de cortesía. Trenes que se cogían con las pilas cargadas y llena de esperanzas. Tras sentarnos e inundarnos del silencio del vagón, dejando que el sol nos deslumbre todo cae en picado. El silencio no es buen compañero, ni el triste guitarrista que se acaba de subir. Garabatos que se convierten en viejas sombras, móvil en mano esperando una respuesta y tu canción favorita de fondo... 

Sales de la estación, crees que los pensamientos del trayecto han sido en vano, demasiado silencio y mucho tiempo para pensar, para ahogarte en tu propia mente. Subes la vieja escalinata, y al poner un pie en la calle, con el sol resplandeciente crees que te comerás el mundo. Nada más lejos de la realidad. Al final, es el mundo que te acaba desbordando. 

Las pilas se agotan rápidamente, quizás deberíamos ya cambiarlas, dejar de utilizar las mismas. La canción está en modo repetición y no ayuda a nada más que a darle las vueltas a todo lo que el viejo trapo de tus ojos ha ido tapando. Estás ahí, al pie de calle esperando respuesta, esperando un mensaje para saber dónde estás. ¿Llegas ya? 

Cuando llegas, vuelve el silencio incómodo, aquel que no se asemeja en nada al del tren en el que iba. Me hace pensar, intentar adivinar el acertijo, el saber por qué se ha vuelto un silencio incómodo. Mientras caminamos por las abarrotadas calles, mientras todos ríen y gritan mientras dan un leve paseo, a ti y a mí nos envuelve el más grande de los silencios. 

Cuando por fin decides hablar, cuando decides alzar la voz; no traes buenas noticias. Una cascada de malas noticias entran en mi vida, en mi día a día. Ya me lo esperaba, aunque tal vez estaba intentando retrasarlo hasta el último minuto. ¿Es este ya el último momento juntos? Puede ser, no das explicación y cuando lo haces, no me escuchas. 

Solo pedía eso, un poco de comprensión, un poco de tiempo, de entender que las prioridades entre tú y yo son completamente diferentes. Sin embargo, era más fácil ignorarme, mentir diciendo que estabas escuchado, leer mi mensaje y pedir perdón 3 horas después de haberlo leído, o contestar a altas horas de la madrugada. 

Entramos en el viejo bar, en aquél que solíamos ir cada fin de semana. Los camareros ya nos conocen, pero también ven el cambio en nuestra dinámica. Tú en el móvil y yo mirándote, esperando alguna reacción por tu parte. La venda va cayendo un poco más, mis ojos empiezan a ver la verdadera luz. Los camareros ya la habían visto hace tiempo. 

No supiste esperar y tuviste demasiado tiempo para dar respuesta, para entender y comprender. Fuiste tú quien retrasó lo inevitable; y el motivo no lo sé, pero tampoco me interesa. Nos despedimos, tú por tu lado y yo por el mismo. Ni siquiera fui capaz de coger el mismo tren contigo, en ese momento no podía soportarte. Prefería la compañía del acordeón del vagón 3, el silencio de un tren con dirección desconocida y las miradas y sonrisas de aquellos que me miraban absorta en mi libreta. 

Los rayos de sol hacen contraste en mi piel y mientras vuelvo a casa sonrío. NO hay motivo, pero tampoco me paro a pensar en ti. Ahora las tablas se han girado y yo no contesto cuando escribes, cuando llamas o cuando buscas una torpe excusa para verme. Sonrío porqué ya es demasiado tarde, y poco se puede hacer. La venda está en el suelo, el teléfono apagado, las voces no se oyen, y el tren llega a su destino; mi propia vida. 

jueves, 4 de enero de 2018

Una carta, tu carta.

Leí tu carta. Bajo capas de cobijas y enredada entre sábanas, me deleité con tus palabras, con la forma tan delicada que tenías de escribir. La leí mientras se apagaba la llama de aquella roja vela, mientras la luna se iba escondiendo y dejaba paso a las primeras horas de la mañana. Reseguía tus pocas frases incoherentes, y seguía creyéndome cada una de tus palabras. 

Hoy leo tu carta. Me siento en el borde de mi cama y abriendo con extrema delicadez ese sobre rasgado empiezo a releer las primeras líneas que en su momento tanto me llenaron. Comienzo con ese mensaje de recibimiento, ese saludo especial. Continúo con miedo, pensando en lo que continúa tras las primeras palabras. Me asusto porqué ya no te creo nada, absolutamente nada. 

Las promesas se convirtieron en falsas esperanzas, las palabras en mentiras y tus anécdotas en meros recuerdos. Lo peor es que me sigo envolviendo, me sigo enredando en la espiral de todo aquello que dices, de todo aquello que solías prometer. Me imagino ese futuro prometido y esas aventuras que, según tú, viviríamos juntos. 

Sonríes, se te escapa la sonrisa mientras me miras, mientras prefieres decirme que mejor romper esa carta, que quizás cuando la habías escrito ya ibas pasado de copas. Una pequeña carcajada, otra historia más que cuentas, pero que yo no puedo creer. Hay algo sospechoso en todo esto, una pieza de puzzle que no encaja. 

Entonces, leeré tu carta. Intentaré ver que se esconde entre líneas, cual es la verdad que no me estás contando, que te guardas como si del más oscuro secreto se tratase. Decido escribirte, preguntarte por ello... No puedo verte, no me lo permites, las cosas han cambiado y no crees que sea conveniente. Así que, tal y como tú hiciste un día, me planto frente a una hoja de papel para poder escribirte. 

Y la leo, repaso cada frase que dejo plasmada, no quiero cometer errores, ni tampoco sobrepasarme. Creo que estoy preparada, que puedo retirar las mantas, salir del enredo de sábanas, de levantarme del borde de mi cama; creo que puedo enviar esta carta, que leas mis pensamientos e inseguridades. No lo hago. 

Lo único que repito en esa maldita hoja es una única pregunta. ¿Por qué? Todo era un mero montaje, un escenario lleno de falsas ilusiones, de trucos de magia y de algún que otro chisto. Un juego de luces que engañaba nuestras mentes, que nos hacía ver donde no había nada. Y no te creo, reapareces pero no puedo creerte. 

Pienso que se trata de otro truco, de otra carta más llena de líneas borrosas, de tinta negra que se empapa de lágrimas que caen, de rabia que se apodera de mi, de ingenuidad que se plasma cuando dejo que el bolígrafo quede muy bien marcado, que el papel quede rasgado. Y sigo sin creer, sin suponer que es cierto. 

Leí tu carta sonriendo, para luego llenarme de tristeza, de rabia, desesperación y decepción. Te reías, y ahora me río yo. Te digo que no pasa nada, que son los errores del pasado los que nos hacen más fuerte, los que nos ayudan a crecer y a superar cualquier obstáculo. Derribamos muros y luego volvemos a construir nuevos, los cuales creemos que serán infranqueables. 

Esta vez será más difícil, esta vez tus cartas no harán nada. Las canciones dedicadas y las velas regaladas que nos transportaban a otro mundo se quedan guardadas en baúles. Tus consejos los tiro por la borda y al final, las hojas de papel escritas no las rompo, pero tampoco las leo. 

miércoles, 3 de enero de 2018

Tras dos o tres días...

Me olvido de todo, me olvido de mi 
Me olvido del tiempo que nos dedicamos 
A ratos me olvido 
(Hábito de ti, Vanesa Martín)

Quise hacer como todo el mundo, cerrar puertas, acabar libros y echar fantasmas el día 31 de diciembre del 2017. Hacer un recopilatorio de lo bueno y lo malo justo antes de empezar el nuevo año con 365 oportunidades. Otra vez más; no pude. 

Será que mi año no empieza hasta que ya hemos alcanzado los primeros días de enero, y claro, si se ser exactos se trata hay que contar 12 meses, 365 días y no sé cuantas más horas. Si esto es así, mi nuevo año no empieza hasta llegados hoy o quizás mañana. 

La fiesta de Nochevieja, la resaca del día 1 y el volver a orientarse del día 2, no hacen más que perjudicar todos mis sentidos y nublar mi juicio, pensamientos y sentimientos. No sería clara, ni haría una buena recapitulación. Así que aquí estamos, dejando pasar las noches hasta atreverme a cerrar otro ciclo. 

Sin embargo, no me atrevo a escribirlo y quizás tampoco quiero. No me apetece gritar a voces los secretos que pocos saben, ni explicar aquello que hice en mi último viaje. Tampoco quiero comentar aquello que me ha ido marcando, las personas que se han marchado o bien las aventuras que emprendí siendo ilusa y soñadora. 

Quiero guardármelo todo para mí, atesorar los días únicos y las risas en rincones dispares. Viajes y sonrisas escondidas tras botellas de cerveza y copas de vino inexistentes. Prefiero hacer borrón y cuenta nueva, pensar que en el 2018 se repetirán los momentos buenos, echaré los malos y aprenderé de los errores. 

Propósitos de año nuevo que no he hecho y que, por ende, no se cumplirán. La aventura de vivir día a día, sin pensar en el lejano futuro y tan sólo quedándonos con el más próximo. Dicen que el cambio a un nuevo año te abre y brinda nuevas oportunidades. 

Se cierran puertas y ventanas, clausuramos castillos y escondemos baúles. Dejamos que pequeños rayos de esperanza se cuelen, que salgamos con espíritus renovados y con sonrisa de oreja a oreja. No queremos creer que todo irá cuesta abajo, en declive. 

Nuevas aventuras, escapadas, promesas -algunas falsas y otras ciertas-, lágrimas, risas, secretos y fantasmas. Todo incierto en el futuro y solo nos queda el pasado vivido y que ya no se puede cambiar. Así que antes de cerrar libro, nos emborrachamos, olvidamos y no pensamos ni en los remordimientos que nos persiguen, ni en capítulos finales de historias que deben acabar. 

Y olvido o no recuerdo. No pienso en mis historias, en mis cuentos. No miro hacia nada de lo que pasó desde el día 2 o 3 de enero del 2017. No reescribo una historia pasada, ni dejo caer palabras que formen redacciones de lo que viví. Lo callo, me lo guardo, y olvido para volver a empezar, para tomar un nuevo rumbo y desearme lo mejor a mí misma. 

Bienvenido año nuevo, adiós al viejo. 


Seguimos viviendo de sueños.

Ojalá poder hablar sin tapujos, ser un maldito libre abierto, no dejar que te coma por dentro, que en ti haya un malestar generalizado por a...