martes, 16 de enero de 2018

Tren, venda, teléfono.

No quiero azul
No quiero en línea ni ocupado
No quiero movil a las 6 de la mañana
Quiero que escuches...
(El teléfono, Pablo López)
No paro de darle vueltas, no dejo de pensar en lo que ocurrió, en lo que jamás sucedió y en lo que pudo haber pasado pero que se quedó en la nada. Tenía una venda en los ojos, un simple lazo blanco que poco a poco se iba cayendo, me iba deshaciendo de ella. 

Ahora eran visitas de cortesía. Trenes que se cogían con las pilas cargadas y llena de esperanzas. Tras sentarnos e inundarnos del silencio del vagón, dejando que el sol nos deslumbre todo cae en picado. El silencio no es buen compañero, ni el triste guitarrista que se acaba de subir. Garabatos que se convierten en viejas sombras, móvil en mano esperando una respuesta y tu canción favorita de fondo... 

Sales de la estación, crees que los pensamientos del trayecto han sido en vano, demasiado silencio y mucho tiempo para pensar, para ahogarte en tu propia mente. Subes la vieja escalinata, y al poner un pie en la calle, con el sol resplandeciente crees que te comerás el mundo. Nada más lejos de la realidad. Al final, es el mundo que te acaba desbordando. 

Las pilas se agotan rápidamente, quizás deberíamos ya cambiarlas, dejar de utilizar las mismas. La canción está en modo repetición y no ayuda a nada más que a darle las vueltas a todo lo que el viejo trapo de tus ojos ha ido tapando. Estás ahí, al pie de calle esperando respuesta, esperando un mensaje para saber dónde estás. ¿Llegas ya? 

Cuando llegas, vuelve el silencio incómodo, aquel que no se asemeja en nada al del tren en el que iba. Me hace pensar, intentar adivinar el acertijo, el saber por qué se ha vuelto un silencio incómodo. Mientras caminamos por las abarrotadas calles, mientras todos ríen y gritan mientras dan un leve paseo, a ti y a mí nos envuelve el más grande de los silencios. 

Cuando por fin decides hablar, cuando decides alzar la voz; no traes buenas noticias. Una cascada de malas noticias entran en mi vida, en mi día a día. Ya me lo esperaba, aunque tal vez estaba intentando retrasarlo hasta el último minuto. ¿Es este ya el último momento juntos? Puede ser, no das explicación y cuando lo haces, no me escuchas. 

Solo pedía eso, un poco de comprensión, un poco de tiempo, de entender que las prioridades entre tú y yo son completamente diferentes. Sin embargo, era más fácil ignorarme, mentir diciendo que estabas escuchado, leer mi mensaje y pedir perdón 3 horas después de haberlo leído, o contestar a altas horas de la madrugada. 

Entramos en el viejo bar, en aquél que solíamos ir cada fin de semana. Los camareros ya nos conocen, pero también ven el cambio en nuestra dinámica. Tú en el móvil y yo mirándote, esperando alguna reacción por tu parte. La venda va cayendo un poco más, mis ojos empiezan a ver la verdadera luz. Los camareros ya la habían visto hace tiempo. 

No supiste esperar y tuviste demasiado tiempo para dar respuesta, para entender y comprender. Fuiste tú quien retrasó lo inevitable; y el motivo no lo sé, pero tampoco me interesa. Nos despedimos, tú por tu lado y yo por el mismo. Ni siquiera fui capaz de coger el mismo tren contigo, en ese momento no podía soportarte. Prefería la compañía del acordeón del vagón 3, el silencio de un tren con dirección desconocida y las miradas y sonrisas de aquellos que me miraban absorta en mi libreta. 

Los rayos de sol hacen contraste en mi piel y mientras vuelvo a casa sonrío. NO hay motivo, pero tampoco me paro a pensar en ti. Ahora las tablas se han girado y yo no contesto cuando escribes, cuando llamas o cuando buscas una torpe excusa para verme. Sonrío porqué ya es demasiado tarde, y poco se puede hacer. La venda está en el suelo, el teléfono apagado, las voces no se oyen, y el tren llega a su destino; mi propia vida. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguimos viviendo de sueños.

Ojalá poder hablar sin tapujos, ser un maldito libre abierto, no dejar que te coma por dentro, que en ti haya un malestar generalizado por a...