miércoles, 11 de noviembre de 2020

Quiéreme.

Me enamoré. No quise, pero te tenía tan cerca que no pude evitarlo. Lo intenté. No era tarea fácil, te veía incluso cuando no quería. Me sacabas una sonrisa cuando no era lo que yo quería. No podía enfadarme contigo, porque una pequeña sonrisa siempre asomaba. 

Me enamoré el día menos pensado y de quien menos me lo esperaba. Formaste parte de mi día a día, de mis rutinas y de mis desesperanzas. Sin contarte nada, te lo contaba todo: mis miedos, mis secretos, mis preocupaciones e incluso mis dudas más idiotas. 

Me apoyaba en ti, eras un refugio seguro. Me aceptabas tal y como era. Eran noches de verano en las que emborracharnos y escondernos del mundo. Sin poder mirar las estrellas, pero mirándonos a los ojos. Sonrisas con mensajes secretos y ocultándonos de todo aquél que nos juzgaba. 

Llorando cuando nos separábamos, buscando consuelo en otros sin saber que solo nosotros éramos capaces secar las lágrimas del otro. Pensábamos en comernos el mundo solos, pero juntos éramos más fuertes, más valientes y sí: más felices. La paz que nos aportaba estar el uno con el otro nadie nos lo podrá quitar. 

Pero nos arrebataron las fuerzas, la energía para seguir luchando. Las bromas acabaron haciendo daño, y las ganas de continuar se perdieron por el camino. ¿Te sigo queriendo? Por supuesto. Tu recuerdo me hace feliz, me hace querer volver a esa época, a esos momentos. 

Me enamoré de ti, de lo que eres y de quién eres. Salías adelante y pisabas firme por un camino que de fácil nunca fue. Te daban igual los tropiezos, los obstáculos del día a día: tú seguías sonriendo y mirando hacia delante. Me sentía tan orgullosa, tan contenta de tenerte a mi lado, de poder saborear tus victorias y también tus derrotas. 

Y es que me enamoré, y aquí sigo esperando... deseando que me quieras como yo hace tiempo que lo hago. 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Otra vez aquí.

 

Volví a llorar. Sentí las lágrimas caer, supe ver ese brillo con el que tus ojos destellaban. Sonreí. Te vi feliz, como hacía tiempo que no te había visto. Tuve esperanzas, hoy volví a nacer, a creer en ti, en mí. Pensé en nosotras, en el largo viaje y ese recorrido que jamás hemos acabado. 

Otra vez aquí. Otro día escogiendo camino, escogiendo dirección. ¿Vamos a la izquierda o a la derecha? ¿Cogemos un atajo? ¿Vamos por ese escondite secreto que solo tú y yo conocemos? Reí. Recordé lo bonito de esos días, la brisa de un fresco día, los pies fríos del invierno, pero el corazón siempre caliente. 

Jugué. Lo hice contigo y conmigo misma. Me engañé pensado que te olvidaría, que podría pasar página y no tenerte a mi lado. Te necesito. Eres ese soplo de aire fresco, ese alguien con quien escapar, con quien olvidar. Pero, te fuiste. No queríamos el mismo camino. 

Hoy te vi. Volviste y volví a llorar. Pensé que te había perdido, que ya no sabías nuestro rumbo, que no buscábamos lo mismo. Te quise. Quise comerme el mundo contigo, conquistarlo, ser uno y buscar siempre la mejor solución. Lo nuestro ya no tenía remedio. Éramos dos locos con ganas de vivir, pero sin que nadie nos dijese nada. 

Renací. Fui fuerte por ti y por mí,  fui valiente y no cobarde porqué tú me necesitabas. Te quiero y son pocas las veces que lo pronuncio. Casualidad no fue encontrarte, fue lo que nos unió, lo que hoy nos lleva a estar juntos. Te imaginé. Sueños son lo que tengo, pensando que eres más que un ser perfecto fruto de mi imaginación. Y entre tanto sueño, te volví a perder. 

domingo, 6 de septiembre de 2020

Pero si te das por aludido...

Hace tiempo que no me sentaba a reflexionar, que no buscaba palabras para desahogarme. Las tenía y quería hacerlo, pero había algo que me lo impedía. Hacía tiempo que buscaba la verdad, que quería poder callar a quien mucho decía sin saber. Resulta que ahora todos somos expertos en la vida, nos creemos excelentes profesionales y conocedores de la verdad absoluta. 

Y es que hace tiempo que solo escucho las palabras "yo, yo y yo". Cada frase, comentario, pequeña redacción empieza de la misma manera: yo, yo y después yo. Los méritos son todos tuyos, las batallas ganadas son tuyas y que, por favor, nadie se interponga en tu camino... No querría saber lo que le pasa a aquellos que quieren combatir contra ti. 

Marcas una de las peores épocas de mi historia, te conviertes en el peor de los capítulos de mi libro y todo por no saber entender, por no tener la capacidad suficiente para comprender que todos tenemos una historia, una verdad que nos acompaña y que no por ello será menos importante. Hace tiempo que te lo quería decir: no lo soporto. Metes la pata cada vez que hablas, cada vez que te fijas en cada una de mis imperfecciones. El tiempo corre y a ti te da igual, necesito tu ayuda y a ti poco te importa. ¿Para qué pedirte ayuda? 

Esto lo escribí hace 4 meses. Estaba en una montaña rusa de emociones, en un sube y baja de rabia e ira, y luego felicidad. Sigo sin querer pedirte ayuda. Sin embargo, he comprendido que debo desprenderme de ti, alejarme poco a poco, cambiar mis hábitos. Quiero estar motivada, quiero codearme con quien no me pida nada a cambio, quien entienda el significado de una buena cerveza o de una tarde de relax y poco más. 

En la vida todo son oportunidades, y tú has perdido más de una. La envidia te persigue, y buscas motivos para derrocar lo que muchos han ido construyendo poco a poco. Es fácil criticar, hablar sin saber ni conocer. ¿Pero serías capaz de pedir perdón? Reflexionemos por un momento. Yo he tenido 4 meses para hacerlo, para borrar y reescribir esta historia, dejarla en standby y atreverme a publicarlo. No me identifico contigo, por más que lo intento, no puedo. Y eso sí que lo siento. No sé tu historia, pero tampoco has querido explicarla. Sé de tus gustos, pero más por lo que presumes que por lo que me has contado. 

Ojalá algún día nos sentemos, ojalá seamos capaces de entendernos, de alegrarnos de lo bueno de la vida y de reír de todo este sinsentido. 

¡Ah! Y recuerda que son mis historias, unas ficticias y otras no tanto, a veces mezcla de todo y un poco dee exageración, pero si te das por aludido, reflexionemos sobre ello aunque no sea yo quien te dedique esto.

viernes, 29 de mayo de 2020

El cuento.

Nadie se conoce en realidad
Ahora es el tiempo del engaño y del abrazo digital
Tengo la receta de este mal
Vive tu vida, no la de los demás
(Cambia, Pignoise)

Me acabé convirtiendo en quien no quería ser. Intenté con todas mis fuerzas no caer en ese pozo, que olvidé que por el camino me podía encontrar con piedras, rocas, muros e incluso agujeros por los que deslizarme. Tenía un cometido, un único pensamiento en mi cabeza y no fui capaz de ver la fuerza con la que esta tormenta me arrastraría. 

De la tormenta fácil no se sale, y aunque digan que aparezca la calma, no lo hace sin un par de consecuencias a la vista de todos. Era primordial la sinceridad por el camino, la cohesión y la unión entre nosotros. Pero, eso se perdió, nos convertimos en dos seres con ideales distintos y sin un motivo por el que luchar juntos. 

La tensión está en el ambiente. No cruzamos miradas, y agachamos la cabeza si alguno de los dos tiene intensión de saludar. Se nos hace más fácil engañarnos, fingir que no importa, o quizás no interesa. ¿Quién dará el primer paso? Es más, ¿de verdad hay algún paso a dar? Tal vez es todo fruto de nuestra imaginación, de esos pensamientos que nos juegan malas pasadas o que no nos dejan analizar la situación con claridad. 

Respiro hondo para no ahogarme, para no sentir esa opresión en el pecho que no me deja continuar. ¡Si es que a veces ya no sé ni lo que escribo! Quizás si te pidiese disculpas, si me acercase a ti e hiciese el amago de volver a contarte algo, hoy no estaríamos así; frente a frente y sin nada que decir.

Y podríamos conocernos, saber de tu vida y tú de la mía. Buscar motivos y razones por las que encontrarnos. Hablemos frente a frente, sin desmoronarnos, con valentía. Busquemos soluciones y no escondernos tras una máscara, unos susurros de unos cuantos o una simple pantalla de ordenador o nuestro último móvil. 

Pero si no somos capaces de eso, mejor vivir nuestra vida. Dejemos de juzgar a quien no conocemos, y de criticar a quien sí. Apartemos de nuestras vidas a quienes nos envuelven en un mundo de mentiras, dolor y críticas. Mantengamos las distancias y las formalidades. Seamos respetuosos, pero sobretodo con nosotros mismos. 

Si no quieres confiar, no confíes. Tan solo mostramos una mísera parte de lo que somos. Los defectos los guardamos y siempre sacamos a relucir aquello que creemos que nos hace perfectos. Sin embargo, algún día entenderás que de perfecto no tienes nada y que, quizás, deberías haber aprendido de los errores: haber conocido más a quien te rodea, mostrar un poco de esa humildad que solía caracterizarte. 

Apliquémonos el cuento, vivamos un poco más y dejemos de pensar en lo inevitable, o en comentar todas y cada una de las cosas que no nos gustan de aquellos que nos rodean y de los que no. 


miércoles, 5 de febrero de 2020

¡No, mi capitán!

Te vi aparecer, asomar tu cabeza tras esa pared resquebrajada. Estabas llena de energía, ideas y entusiasmo. Quién me iba a decir a mí que el poder te corrompería. De la dulce risa a la ironía de tus palabras, así de la noche a la mañana fue el cambio. Solo te hicieron falta un puñado de palabras: tú manejas el timón de este barco.

Ahora bien, el barco se hunde ¿y tú que haces? Reír, mandar, volver a reír y no escuchar. Nos hundimos y contigo nos salimos a flote. Y si hubiese posibilidad de remontar, de solucionarlo, a ti no seria quien diésemos las gracias. No las mereces. ¿ A caso sabes decir gracias o pedir perdón?

No, mejor aún: ¿tener empatía o respetar a los demás?Te crees que todo aquél que está encarcelado en este barco se desvive por ti y no sabes que tenemos nuestro propio estilo, nuestras prioridades. ¿Cómo no lo sabes? Porqué eres incapaz de escuchar, de mirar más allá de tu maldito ombligo. 

Todo en esta vida gira entorno al "yo, yo y yo". Pisas a quien haga falta por seguir al mando y por llamar la atención. Te quejas sin remedio y buscas en nosotros tu vía de escape. Sin embargo, tú no quieres ser la nuestra. ¿Y tú te haces llamar capitán? 

Te corroe el poder, te hundes en él. Esperas una respuesta en particular de los que te rodean y si no te la dan, pues no hay nada mejor que el cabreo o que esa actitud pasivo-agresivo. ¿A qué juegas? ¿Quién te crees? Si no te diésemos esa atención, esas palmaditas o esos halagos, hoy no serias nadie. 

No sólo el capitán se merece los comentarios aduladores. Así que ya no compartimos las alegrías, ni el trabajo bien hecho. Nos queremos deshacer del ambiente tóxico, del malestar al verte pasar y caminar por la proa. Quiero dejar de jugar, porqué sabes que yo te lo permitiré, que no diré nada. Pero si esto fuese el Titanic... con mi ayuda no cuentes, capitán. 

Seguimos viviendo de sueños.

Ojalá poder hablar sin tapujos, ser un maldito libre abierto, no dejar que te coma por dentro, que en ti haya un malestar generalizado por a...