De la foto regalada con esperanzas de futuro a la felicitación de cumpleaños más agria posible. El tiempo pasa volando. No nos damos cuenta y tras un abrir y cerrar de ojos, media vuelta y una mirada en blanco nos encontramos con que ya ha pasado un maldito año.
Creemos ir despacio y resulta que corremos más de lo necesario, que nos enfrentamos a nuestros miedos o los evadimos y que el camino no era tan largo como nos habían hecho creer. Quien nos iba a decir que, después de tantos tropezones, hoy estaríamos aquí.
De la foto a la felicitación ya pasa un año. De los regalos y las cartas con mensaje secreto, ya van dos. Ahora no quedan llamadas, ni tampoco las ansias de querer escribirte, de necesitar hablarte y comentarte como me ha ido el día o lo estresante que ha sido este último jueves.
Recorriendo parques donde nos dábamos la mano, recordé las promesas y las mentiras, las vueltas y rodeos y también algún que otro beso. Las cenas románticas resultaron no serlo tanto y las risas eran más bien gritos de agonía. Resultó todo ser una gran mentira, una farsa donde tú jugabas y seguías jugando.
Cuando escribes, haces como si nada pasase, como si el asunto no fuera problema tuyo y fuese yo quien, con mi rabia y dolor, crease un problema donde crees verlo inexistente. Quizás es cierto, quizás no hubo nada y tal vez ahí está la mentira.
No había cuento ni historia, tan solo un charlatán más que quería hacerse el importante y no valoraba a las personas. Sonrisas con la vista puesta en otro lugar y risas que si bien se reflejaban en los ojos (de quien reía) los motivos eran totalmente diferentes.
Y aquí nos encontramos; con otra carta más escrita a quien no debería, a quien ya no se merece ni dos minutos de mi tiempo. Otra carta para archivar, para borrar, para olvidar, para no recordar.