jueves, 4 de enero de 2018

Una carta, tu carta.

Leí tu carta. Bajo capas de cobijas y enredada entre sábanas, me deleité con tus palabras, con la forma tan delicada que tenías de escribir. La leí mientras se apagaba la llama de aquella roja vela, mientras la luna se iba escondiendo y dejaba paso a las primeras horas de la mañana. Reseguía tus pocas frases incoherentes, y seguía creyéndome cada una de tus palabras. 

Hoy leo tu carta. Me siento en el borde de mi cama y abriendo con extrema delicadez ese sobre rasgado empiezo a releer las primeras líneas que en su momento tanto me llenaron. Comienzo con ese mensaje de recibimiento, ese saludo especial. Continúo con miedo, pensando en lo que continúa tras las primeras palabras. Me asusto porqué ya no te creo nada, absolutamente nada. 

Las promesas se convirtieron en falsas esperanzas, las palabras en mentiras y tus anécdotas en meros recuerdos. Lo peor es que me sigo envolviendo, me sigo enredando en la espiral de todo aquello que dices, de todo aquello que solías prometer. Me imagino ese futuro prometido y esas aventuras que, según tú, viviríamos juntos. 

Sonríes, se te escapa la sonrisa mientras me miras, mientras prefieres decirme que mejor romper esa carta, que quizás cuando la habías escrito ya ibas pasado de copas. Una pequeña carcajada, otra historia más que cuentas, pero que yo no puedo creer. Hay algo sospechoso en todo esto, una pieza de puzzle que no encaja. 

Entonces, leeré tu carta. Intentaré ver que se esconde entre líneas, cual es la verdad que no me estás contando, que te guardas como si del más oscuro secreto se tratase. Decido escribirte, preguntarte por ello... No puedo verte, no me lo permites, las cosas han cambiado y no crees que sea conveniente. Así que, tal y como tú hiciste un día, me planto frente a una hoja de papel para poder escribirte. 

Y la leo, repaso cada frase que dejo plasmada, no quiero cometer errores, ni tampoco sobrepasarme. Creo que estoy preparada, que puedo retirar las mantas, salir del enredo de sábanas, de levantarme del borde de mi cama; creo que puedo enviar esta carta, que leas mis pensamientos e inseguridades. No lo hago. 

Lo único que repito en esa maldita hoja es una única pregunta. ¿Por qué? Todo era un mero montaje, un escenario lleno de falsas ilusiones, de trucos de magia y de algún que otro chisto. Un juego de luces que engañaba nuestras mentes, que nos hacía ver donde no había nada. Y no te creo, reapareces pero no puedo creerte. 

Pienso que se trata de otro truco, de otra carta más llena de líneas borrosas, de tinta negra que se empapa de lágrimas que caen, de rabia que se apodera de mi, de ingenuidad que se plasma cuando dejo que el bolígrafo quede muy bien marcado, que el papel quede rasgado. Y sigo sin creer, sin suponer que es cierto. 

Leí tu carta sonriendo, para luego llenarme de tristeza, de rabia, desesperación y decepción. Te reías, y ahora me río yo. Te digo que no pasa nada, que son los errores del pasado los que nos hacen más fuerte, los que nos ayudan a crecer y a superar cualquier obstáculo. Derribamos muros y luego volvemos a construir nuevos, los cuales creemos que serán infranqueables. 

Esta vez será más difícil, esta vez tus cartas no harán nada. Las canciones dedicadas y las velas regaladas que nos transportaban a otro mundo se quedan guardadas en baúles. Tus consejos los tiro por la borda y al final, las hojas de papel escritas no las rompo, pero tampoco las leo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguimos viviendo de sueños.

Ojalá poder hablar sin tapujos, ser un maldito libre abierto, no dejar que te coma por dentro, que en ti haya un malestar generalizado por a...