lunes, 5 de agosto de 2013

Alea iacta est!

Alea iacta est. 


Dejarlo todo al azar. Mis decisiones, mis actos, mi vida entera. Todo al azar. Echarlo a cara o cruz y que sea la moneda quien al ser lanzada al aire, y chocar contra el suelo decida. Pero, no yo. 

Hay veces que no somos capaces de decidir por nosotros mismos, no somos capaces de reaccionar, de sentarnos a pensar para ver los pros y los contras, no lo somos. Entonces, creemos que lo mejor es dejarlo a la suerte, al azar... Sin saber que quizás eso sea peor. 

La suerte está echada. Para bien o para mal, pero lo está. Y claro, esas decisiones tomadas al azar conllevan consecuencias, quizás no las mejores. Entonces ¿por qué tomamos decisiones tan a la ligera? 

Hay veces que tengo miedo a medir las consecuencias, miedo a pensar en lo que pasará si decido hacer una cosa u otra, si decido ir por un camino o por otro... Miedo. Por eso, cuando lanzo la moneda al aire, cuando llega al suelo resonando, cuando me acerco y miro que ha salido, tan solo puedo suspirar y decir: alea iacta est. 

Y sea para bien o para mal, debemos aceptar nuestras consecuencias, asumirlas y seguir adelante. Porque lo hemos dicho, hemos suspirado y admitido que la suerte está echada, que aceptaremos todo lo que pase. 

Eso sí, la decisión de dejarlo todo al azar, no ha sido echado a suertes. No, eso sí que no. Lo estuve meditando durante una larga temporada, pensando que hacer, barajando todas las opciones posibles, meditándolo. Y decidí que era lo mejor. 

Dejar mi vida a la suerte, dejar que todo se decida lanzando una moneda al aire, cogiendo un papel de un sombrero negro, o dejándolo a un número al azar. Hay veces que no pude decidir, que no supe que hacer, cometí errores y creí que lo mejor era enmendarlos a través del azar. 


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