martes, 14 de mayo de 2013

¡Por qué tú lo digas!

Despejo mi mente, cierro los ojos y dejo que todos mis pensamientos, buenos o malos, desaparezcan, se disipen. De esta manera, solo así consigo tranquilizarme y no derrumbarme. 

Porque últimamente no hago más que caerme, que derrumbarme, que tropezar una y otra vez con la misma piedra... En fin, que no hago más que llorar. Al igual que un borracho ahoga sus penas en whisky, al igual que un joven problemático lo hace en las drogas, yo lo hago escribiendo.

Escribo, escribo y reescribo mis penas. Penas que ahogo en un trozo de papel ya gastado, ya arrugado. Penas borradas por la tinta mezclada con lágrimas. Penas que se van mezclando y confundiendo igual que se mezclan mis lágrimas y la azul tinta de este viejo bolígrafo. Y ya no solo es un papel gastado y arrugado, lleno de mil pensamientos... Ahora está mojado, lleno de pequeñas gotas  que han caído de mis ojos. 

He de refrescarme. Tanto llorar y tanto escribir no es bueno. Corro hacia el magnífico espejo de ese anticuado baño, corro antes de que alguien me vea y se preocupe. No hay tiempo. No puedo dejar que mis lágrimas se confundan con el agua de ese baño caliente que me daría ahora mismo. Pero, no ha tiempo. Además, mis lágrimas ya se han confundido bastante. 

Me refresco la cara, borro mis últimas lágrimas y me miro... Miro el espejo una y otra vez, y en él reflejada me veo. Me miro y me pregunto una y otra vez ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está esa pequeña niña risueña que tanto le gustaba sonreír? ¿Dónde?

Me doy cuenta que busco las respuestas en el lugar equivocado. El espejo no me las dará. Soy yo misma, buscando en mi misma, quien ha de encontrar las respuestas. Y tan solo encuentro una.

Los hechos hieren, las palabras también. Y es que todo lo que me has dicho me ha hecho daño. Te ganaste mi confianza y yo la tuya. Confiamos la una en la otra. Hasta que un día sin saber como cambiaste de parecer, traicionándome, decepcionándome. 

Acabaste con todo y tan solo por decirme que todo había cambiado, que yo no te había sabido valorar. ¿Qué no te había valorado? ¿Qué no? ¿Qué yo había cambiado? ¿Que yo me estaba cerrando en banda? ¡Por qué tú lo digas! 

Lo siento, pero no es así. Aunque tampoco lo siento mucho, la verdad. ¿Sabes qué es lo que verdaderamente te pasa? Que yo estaba empezando a ser feliz, que yo estaba rehaciendo mi vida. Y tú al no conseguirlo, te morías por dentro. De envidia, quiero decir. 

Entonces, quisiste arruinar mi vida, mi felicidad. Pensaste que así las dos seríamos unas desgraciadas que nos apoyaríamos la una a la otra. Pero... ¿qué clase de amiga eres? Nunca te alegraste por mí, nunca confiaste en mí. En el sentido que nunca me apoyaste en mis proyectos, en aquello que tanto deseaba, te reías. Como cuando empecé con este blog. 

Por eso, por eso busqué el apoyo en otro lado. Por eso, encontré personas que verdaderamente me apoyaron, y me apoyan, que no se ríen de mí, ni de mis sueños. Y eso, eso es algo que a ti te molestó porque tú nunca lo conseguiste.

Porque son ellos quienes me brindan su apoyo, su calor y no permiten que me siga derrumbando por personas como tú. Porque ellos sí que son verdaderas amistades. ¿Y tú dices ser una buena amiga? ¡Ja! ¡Por qué tú lo digas! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguimos viviendo de sueños.

Ojalá poder hablar sin tapujos, ser un maldito libre abierto, no dejar que te coma por dentro, que en ti haya un malestar generalizado por a...