miércoles, 30 de enero de 2013

Estar escribiendo...

Estar escribiendo un mensaje mientras miles de lágrimas resbalan por tus vidriosos ojos... ¿A quién no le ha pasado eso? A todos...

Un mal día, tener un mal día, llegar a casa e intentar hablar con una de las personas que más te importan, querer hablar con ella porque sabes que será capaz de sacarte una sonrisa, será capaz de hacerte olvidar los problemas. Entonces, decides enviarle un simple mensaje, un simple hola... 

Y esperas, esperas su respuesta, esperas que conteste, esperas que se devuelva ese simple hola. Sin embargo, pasan las horas y no ha habido respuesta. No ha querido devolverte ese saludo, pero sabes de primera mano que con los demás ha hablado, que con los demás sí ha mantenido una conversación. 

Y si ya era un día gris, esta ha sido la gota que ha colmado el vaso y se ha convertido en un día negro, en un día pésimo, en un día nefasto. Y quizás porque el día peor no ha podido ir, decides ponerte a pensar en esa persona y en porque no ha contestado tu mensaje. Entonces, por culpa de las circunstancias, crees que es que ya no le importas, que para él o para ella ya no significas nada, que ya no pintas nada en su vida...

¿Y todo por un simple mensaje? No, hay mucho más que un mensaje. Te paras a pensar en todo lo que has vivido con esa persona, en los momentos que habéis compartido, por todo lo vivido con los demás (ya no solo contigo). Y ahí es cuando crees que tú no eres tan importante en su vida como sí que lo es otra persona...

Persona con la que ha tenido más momentos, con la que ha compartido más confidencias... En definitiva, que tú no le importas tanto...

Entonces, después de tanto pensar, decides que necesitas desahogarte, que necesitas sacar todo aquello que tanto has callado. ¿La forma? Escribir... Y escribiendo con lágrimas en los ojos es como te das cuenta de como está la situación, y que quizás ya nunca conteste ese simple hola... 

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