domingo, 25 de diciembre de 2016

Parece que no...

Parece que no, pero las palabras también hieren. Una simple broma no todo el mundo es capaz de tomársela de la misma manera. Empezamos con un par de risas, con esas bromas y esos pequeños piques que nunca llegan a nada más. Todos jugamos, nos reímos y pasamos el tiempo. 

Sin embargo, a veces no se conocen los límites. Uno no sabe cuando parar, cuando echar el freno de mano para no seguir avanzando. Nos metemos en un terreno difícil, llenos de recortes hirientes a punto de explotar. No lo ven, siguen hablando, riendo, se pasan de listos, acaban tocando la fibra sensible. 

Quizás te piensas que uno no tiene sentimientos, que no sabe lo que es amar, reír, llorar, sentir por alguien. No somos irrompibles, somos seres humanos, sensibles y frágiles. Nos entregamos, y sabes las consecuencias de ello: que nos hieran. 

Por más fuerte que nos mostremos, por más sonrisas que regalemos y aunque creamos que somos el sol que ilumina la vida de otros, siempre tenemos nuestros momentos de desesperación, de bajón, de días grises sin ganas de actuar. 

No es oro todo lo que reluce, no somos perfectos. Solo nosotros mismos nos conocemos, sabemos nuestros puntos fuertes y aquellos más débiles. Los demás no saben nada, no saben como esas bromas pueden ser parte de nuestros puntos débiles. 

Piensas que no, pero las palabras marcan y no siempre para bien. Se graban en nuestra mente, quizás las recordamos día tras día. Tú no lo ves, quizás por no querer, o tal vez sí que eres ingenua. Sigues bromeando cuando todos han parado, cuando el telón se ha bajado, cuando ya no queda público. 

No sé por qué lo haces... ¿qué es lo que te hace ser de esta forma? Jugar, reírte de todo, no pensar, creer que no habrá consecuencias, que nadie saldrá lastimado. Sigue jugando, hiriendo... Sigue haciéndolo, tal vez un día seas tú quien salga malparada. 

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