domingo, 20 de diciembre de 2015

Midnight thoughts.

We're just swimming round in our glasses
And talking out of our asses
Like we're all gonna make it (yeah, yeah)
(A.M, One Direction)

Nos pasamos parte de nuestra vida cometiendo errores. Nos pasamos parte de nuestra vida recordando, repasando el pasado y los momentos vividos mientras crecemos. Pasamos, más tiempo aun, viviendo experiencias, conociendo gente nueva. Sin embargo, no deja de asombrarme como muy raras son las veces que nos paramos a reflexionar y a pensar en el motivo y las consecuencias de nuestras acciones. 

En poco menos de un día, cierro otro capítulo de mi vida. Han sido tres meses llenos de experiencias nuevas, de momentos inolvidables, de sueños cumplidos, de nuevos aprendizajes: han sido tres meses fantásticos. No obstante, todo lo bueno debe llegar a su fin, y este caso no iba a ser una excepción. 

Esto es tan solo una excusa para hablar del tema principal de este post: las reflexiones. ¿Por qué siempre esperamos tanto para pensar sobre nuestras acciones? ¿Por qué tan sólo somos capaces de reflexionar cuando el error ya ha sido cometido? ¿Qué nos hace incapaces de reflexionar más a menudo, de tan solo esperar a cerrar un capítulo para poder reflexionar? Creo que es el miedo

Muchas veces tenemos miedo a las conclusiones que pueden salir de nuestros análisis. Cuando somos capaces de analizar al detalle las situaciones, los momentos vividos, nos damos cuenta de nuestros fallos, de como se ha podido ver nuestra actitud frente a los problemas o como nuestra respuesta podría haber sido una mejor a la verdaderamente dada.   

Somos capaces de pasarnos una noche en vela con la intención de entender que es lo que hemos hecho mal, donde nos hemos equivocado. O bien para reflexionar sobre aquello que nos espera cuando volvamos a nuestra rutina. Y nos damos cuenta de que eso nos asusta. Y decidimos parar de reflexionar, de seguir pensando en las ventajas de haber dicho lo que se ha dicho o lo que se ha hecho. Cerramos esa puerta, porque nos asusta encontrar más verdades y más errores. 

Lo peor es que aunque no queramos, los encontramos. A medianoche, mientras unos duermen, mientras otros sueñan, mientras otros disfrutan y viven, tú dejas tus preocupaciones volar, tus miedos alcanzarte. Creemos que hemos cerrado esa puerta, y aun así siempre hay una ranura por la que las preocupaciones se escapan. 

Y sí, yo cierro un gran capítulo de mi vida mañana. Capítulo en el que he conocido gente maravillosa. Personas con las que he compartido risas y he vivido muy buenos momentos, de los que he aprendido mucho. Cierro un capítulo de mi vida que recordaré cada día. Sin embargo, hay una reflexión a la que no le paro de dar vuelta: la rutina. 

Me toca volver a mi día a día. Y no, la rutina no es nada malo. La rutina, en este caso, significa volver a los míos: mis amigos, mi familia, aquellos que quiero y adoro. La rutina significa volver a lo conocido, a hacer aquello que he estado haciendo gran parte de mi vida. También significa vivir nuevas experiencias con aquellos que siempre han estado a mi lado y conocer aun más gente. 

No obstante, la rutina, y esto es a lo que le he estado dando vueltas últimamente, significa enfrentarse a los problemas y a lo no deseado. Toca plantar cara a los indeseados, a aquellos que hemos estado esquivando durante una larga temporada. Es el momento de volver a ver a esas personas que dejaron de ser importantes en nuestra vida y que pensábamos que no volveríamos a ver. Y, aun así, por cosas del destino, volveremos a verlos día tras día. 

Sabes que será una de esas situaciones incómodas, de esas que no quieres revivir. Y ya, desde el momento en el que te lo has planteado, piensas en posibles soluciones, en posibles respuestas a este conflicto. No sabes como va a acabar todo, o más bien como empezará. Y siendo completamente sinceros, ni siquiera quieres que empiece. ¿Miedo? Tal vez. 

A su vez, creo que ya no tengo ni el tiempo ni las ganas suficiente de pasar por ese tipo de situaciones complicadas donde lo único que hay son silencios incómodos, respuestas monosilábicas o miradas asesinas. Volver a ese día a día en el que tendrás que soportar a los insoportables y ver a aquellos de los que intentas escapar continuamente. 

Es verdad: escapar del problema nunca es una solución. Pero, uno siempre intenta huir con la esperanza de que todo caiga en saco roto, con la intención de que todo se olvide. Pero, yo no puedo olvidar. Cuando uno reflexiona, también recuerda. No solo lo malo, sino también lo bueno. Uno revive esos momentos de abrazos y caricias, de besos y sonrisas secretas. Uno recuerda que el tiempo ha pasado, y que ha sido el mismo tiempo y nuestras acciones las que han puesto distancia de por medio. 

Seguimos siendo cordiales y respetuosos. Seguimos siendo educados y preocupándonos -en menor medida, eso sí- por aquellos que en algún momento se encontraron en nuestros caminos. Aun así, esto no significa que yo quiera volver a saber de sus vidas, de lo que hacen o dejan de hacer. Y sí, podré ser tachada de antisocial, pero, hoy por hoy, no los quiero cerca mío. 

Fueron parte de mi vida, pero todo tiene una razón de ser. Todo sucede por un motivo en especial, y en este caso, no podía ser menos. Lo nuestro acabó, y hubo una temporada en la que lo pasé mal. Me culpaba a mí misma, por razones que ni siquiera conozco, creía ser yo parte del problema, culpable de que la amistad se acabara de romper. Y sí, en cierta forma tuve la culpa, de la misma manera que tú también fuiste culpable. 

Me puse a pensar sobre ello, y entendí que esto es cosa de dos. Que no puede ser que en todo tenga yo la culpa y que tú salgas de rositas, como casi siempre. Perdí una amistad por el camino, y no pienses que me dejaste de importar de un día para el otro, o que yo no quise saber nada de ti. Lo intenté por todos los medios, intenté acercarme a ti y aun así, a ti te dio igual. Preferiste irte sin remordimiento alguno, sin ser capaz de pensar por un segundo en mí, en como me afectaría. 

Y sí, soy de las que piensan que de vez en cuando uno debe ser egoísta. Darse un tiempo para uno mismo, darse un capricho, no pensar en qué dirán los demás o lo que pensarán o dejarán de pensar. Pero, también creo que no debes apartar de tu vida a aquellos que se han entregado a ti completamente, a aquellos que han estado en cada pequeña experiencia que has vivido. O a lo mejor, todo lo que yo fui capaz de dar por ti nunca fue suficiente. 

Quizás no se trata de ser egoísta, sino de ser avaricioso. Quizás se trata de como uno siempre quiere más y más y más, cuando el otro ya no tiene ni puede ofrecer más. Uno se acaba cansando, uno se debilita. Uno cree que lo ha hecho todo mal, que se ha equivocado en cada paso dado, en cada acción tomada. Uno cree, cree y sigue creyendo. 

Este es otro de los motivos por los que uno no quiere profundizar en los pensamientos que le rondan por la cabeza. Todos creemos en algo o en alguien, pero por encima de todas las cosas creemos en nosotros mismos; en nuestros principios y convicciones. A veces, incluso creemos estar en lo correcto continuamente. 

Siempre creyendo que se debe tener la razón en todo momento, a cada paso que se da. Siempre creyendo que uno está por encima de los demás; que es más listo, más inteligente, más trabajador. Siempre intentando demostrar que uno es mejor en todo, que los demás somos inferiores. Siempre repitiendo la misma historia una y otra vez. 

Saldremos adelante, de eso uno no debe tener duda. Quizás nos enfrentemos a los problemas, o a lo mejor decidimos seguir huyendo. Quizás creemos que un día desaparecerán, quizás si los ignoramos lo suficiente todo acabará. O tal vez, seremos capaces de apechugar, de no arrepentirnos, de reflexionar y entender que podemos darle carpetazo, hacer borrón y cuenta nueva. Y entonces, no volver a reflexionar hasta que no tengamos otro capítulo por cerrar, por concluir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguimos viviendo de sueños.

Ojalá poder hablar sin tapujos, ser un maldito libre abierto, no dejar que te coma por dentro, que en ti haya un malestar generalizado por a...