martes, 23 de febrero de 2016

Algo cálido, algo frío.

[...] Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y el que teme a la muerte la llevará sobre sus hombros. 
("Ciudad sin sueño", Poeta en Nueva York, Federico Garcia Lorca)


Sigue existiendo aquello conocido como falsedad. Seguimos recibiendo las mismas falsas sonrisas y aquellos abrazos que carecen de significado. Incluso los besos del pasado y el ahora se transforman en simples formas de respeto, de educación. 

El suave desliz de unos rojos labios por tus mejillas ya no te sonroja, ni te hace brillar. Ya no son rojos, ya no son suaves. Se convierten en peliagudos, en labios arrugados donde aquel rojo intenso que alguna vez te enamoró, poco a poco se desvanece, desaparece. Ya no tienen un cálido tacto, sino un roce frío al simple roce. 

Esos labios solían curvarse en una sonrisa de aquellas que representaban felicidad. Ahora, sólo hay una felicidad aparente. Una simple ficción, como las de aquellas novelas donde todo parecía ser color de rosa, pero nada era tal y como se pintaba. Tras esa sonrisa se esconde una verdad incómoda: ni yo te agrado, y tú ya no me agradas más. No obstante, ahí está la clave, la diferencia, en el adverbio más

Hubo un tiempo en el que todo era más fácil, más sencillo. No había ninguna necesidad de fingir, ni ningún motivo para complicar la situación. Todo seguía su cauce, todo iba sobre ruedas. Eran buenos tiempos, de esos que nunca se olvidan, de aquellos que uno desea revivir una y otra vez. Sin embargo, no se puede. 

Duele saber que el calor que solías desprender ya no está ahí, que tu dulce aroma se desvanece mezclándose con aquel viento invernal. Los escalofríos vuelven, recorren nuestros cuerpos cada vez que nos vemos. Y cada vez que me tocas, mi sangre se hiela. 

Fingimos para no hablar, para no comentar lo que verdaderamente nos preocupa, nos ha pasado. No queremos ahogar a los demás con nuestros problemas del día a día cuando nosotros solos ya nos ahogamos. No queremos ser un incordio, una molestia más. 

Sin embargo, esto da lugar a la misma situación recurrente. Uno siempre es la persona que perdona, olvida, a quien se le puede tomar el pelo. Y cuando todo se vuelve más frío, más helado, la otra persona es capaz de volver como si nada hubiese pasado, como si estas situaciones fueran las más normales del mundo. 

Es aquí cuando uno se cree estúpido. Más que nada porque somos capaces de dejar que pase, de creer que seguirá su cauce, que todo será normal. Uno no entiende que ni los besos, ni los abrazos son lo que eran. Uno no entiende que el fingir tenía un motivo, y no sólo el dejar que los demás no se ahoguen. 

El frío contacto duele, incluso decepciona. Nos preguntamos el por qué de la decepción, el como hemos llegado a tal distancia que lo único que nos queda es aquel cálido recuerdo de un pasado mejor. Nos inunda la tristeza al recordar todo el daño que nos hemos hecho, como tanto fingir no podía ser bueno. 

¿Por qué no decir la verdad? Justo en ese momento en el que la calidez ya no nos envuelve, ni nos arropa. ¿Por qué no admitir el dolor, la rabia, la tristeza? Justo en ese instante en el que nos damos cuenta que ya no hay amor, ni adoración. 

Ya no es orgullo, ahora es simple cansancio. 

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